Apuntes para estrelladistante
o Ustoris, aquél que quema

 En el año 1929, el científico Hermann Oberth, precursor de la cohetería y la astronáutica (además de curioso asesor de Frau im mond, la primera película en representar el vuelo de un cohete multietapa y presagiar sobre la carrera espacial) sugirió la posibilidad de instalar un enorme espejo cóncavo de 100 metros de ancho en el espacio, con el objetivo de reflejar la luz del Sol en un único punto concentrado de la Tierra y así mejorar las condiciones lúminicas y productivas de un territorio determinado. No se puede asegurar pero tampoco descartar que tal idea no tuviera origen en un proyecto diseñado unos 2100 años antes por el griego Arquímides, a partir de un estudio sobre reflejos con espejos así llamados ustorios (de ustoris: aquél que quema), con los cuales se dice que pretendía redirigir la luz solar haciendo foco sobre barcos enemigos durante la ocupación romana de Siracusa y lograr, entonces, incendiarlos por completo. Siracusa mira al mar en dirección Este, lo que indica, entonces, que para una óptima reflexión de la luz, aquel día la flota romana tendría que haber atacado durante una mañana soleada y completamente despejada. 

Motivados por tales avances de la física y por un profundo impulso exterminador, cientificos nazis, durante interrogatorios efectuados en 1945, confesaron haber contemplado entre sus planes y esfuerzos la construcción del Sonnengewehr o Cañon solar, una útopica tecnología de extrema complejidad y tamaño que lograría instalar un espejo parábolico de al menos tres kilómetros cuadrados en la órbita espacial, capaz de provocar un rayo de calor colosal, suficiente para destruirlo todo en una determinada porcion de la Tierra.

Para ubicar el super-arma en órbita, los ciéntificos nazis proponían hacer uso de una versión más avanzada de los cohetes V-2, los primeros artefactos humanos en realizar un vuelo suborbital, construidos a base del trabajo forzado de cientos de miles de prisioneros y prisioneras en la fábrica subterránea de Mittelwerk, y empleados para aniquilar ciudades enteras y a más de 7.000 personas durante la Segunda Guerra Mundial.


 

Por medio de posteriores experimentos llevados a cabo exitosamente por la Unión Soviética en los años noventa, se supo que tales espejos serían capaces, a lo menos, de generar una luz tan brillante como la de una luna llena.

El interés por los reflectores amanece con cada guerra, pues la oscuridad obstruye el despliegue de las estrategias de control, y el destierro de la noche como objetivo concreto y trascendental parece ensayarse y diseminarse una y otra vez, en cada una de tales experiencias modernas.

Así, y durante la Primera Guerra Mundial, los brutales faroles se dispusieron para reflejar una potente luz artificial sobre la parte inferior de las nubes en las noches tupidas de la Europa Central, mientras que durante la Segunda Guerra los searchlights llegaron al punto de exceder su uso técnico original, propiciando el diseño de la Lichtdom, tal vez la obra más monumental de la estética Nazi, una “catedral de luz”, fabricada enteramente a partir de 152 reflectores antiaéreos a intervalos de 12 metros dirigidos hacia el cielo, para crear una serie de barras verticales que rodearan al público, contruyendo así la deriva de un arma hacia una arquitectura imposible. Durante la Batalla de Seelow Heights, en abril de 1945, el Ejército Rojo dirigió 143 reflectores hacia las fuerzas de defensa alemanas, a fin de cegarlas temporalmente durante la ofensiva. Esta vez, sin embargo, la niebla densa de la mañana difuminó la luz y recortó las siluetas de los soviéticos, haciéndolas claramente visibles por medio del efecto óptico.

Hoy, pareciera ser que la casi absoluta colonización lumínica de las noches y el incendio de las tierras dotadas de especies nativas habitan el mismo territorio y se ejecutan por similares motivaciones. Existen, sin embargo, seres, que tal como en tantas otras épocas aprenden a huír de la luz encandilante de los reflectores, para refugiarse en los oscuros agujeros de la tierra. Desde aquellas expansivas zonas oscuras emiten sus tenues señales, para las cuales es preciso, entre otras cosas, identificar y relocalizar imágenes como modo de traducción de un lenguaje del cual hemos olvidado su fonética.